Charlando con Isabel Martínez Barquero

Posted by on Ago 5, 2014 in Entrevistas, Escritores, Sector editorial | 0 comments

Charlando con Isabel Martínez Barquero

Hace calor. Mucho calor. Últimamente han llovido cifras muy negativas sobre el sector editorial. Ha habido días grises, con nubarrones opacos que impiden ver la claridad. A veces me pregunto si debería salirme de este camino cercado por libros y letras, buscar otra senda que asegure ciertos resultados, pero no, sé que voy bien por donde voy, aunque a veces sean muchos los obstáculos, aunque la subida sea lenta… Para venirme arriba me agarro a los ejemplos de otros compañeros cuyas trayectorias me inspiran, profesionales que, además, por lo que puedo conocer a través de sus blogs y las redes sociales, me parecen muy buenas personas con las que charlar seguro que ilumina mis rincones oscuros.

Hoy elijo para mi conversación a Isabel Martínez Barquero. Una escritora murciana que me llamó la atención por su forma de estar en las redes. Intuía que había algo especial en ella y así pude comprobarlo cuando tuve la oportunidad de leer su novela Aroma de vainilla. Isabel, con su simpatía exquisita y un afecto especial que la hace muy cercana, ha accedido a colaborar con Ecoescritura a través de esta entrevista; gracias, compañera.

 

Isabel, Aroma de vainilla es una novela muy extensa en la que has realizado un excelente trabajo que iremos desentrañando en las siguientes preguntas. Pero, la primera de las curiosidades que me gustaría saciar es: ¿cuánto tiempo te llevó concluir esta fantástica novela?

Aroma de vainilla, mi segunda novela, fue escrita ya en la madurez y me acompañó durante muchos años, dieciocho exactamente. En un principio surgió la primera parte de la historia, la de Segundo Ortega con Julia Abellán. Estos dos personajes calaron en mí de manera honda, por lo que, al poco de escribir ese primer germen, ya andaba preguntándome qué habría sido de la vida de Segundo y de su descendencia a partir del momento en que acaba esta primera narración. La curiosidad, el placer de ejercitar la imaginación y el propio gusto por escribir me hicieron continuar con la historia de esta familia.
Tardé tantos años en escribir la novela porque no contaba con demasiado tiempo libre a consecuencia del trabajo (trabajaba por la mañana, por la tarde y, en muchas ocasiones, hasta por la noche), por lo que la novela se fue formando de manera lenta a costa de robarle horas al sueño y de dedicarle los días libres que podía. Muchas veces, hacía tanto que había escrito alguno de los capítulos, que tenía que retroceder para volver a situarme. Además, en esta novela me planteé narrar de manera clásica, con abundantes hechos y no demasiadas disgresiones. En su redacción, aprendí de forma intuitiva la paciencia de la que debe proveerse un escritor, el manejo de los tiempos narrativos, la importancia de la imaginación, la necesidad de documentarse cuando se sitúa la trama en una determinada época histórica y la humildad de las correcciones permanentes. Porque la corregí mucho y aún la sigo corrigiendo si alguien me advierte de alguna errata que se haya colado contra mi voluntad. Como he dicho alguna vez, con Aroma de vainilla aprendí a ser novelista.

 

Me gustó muchísimo tu capacidad para crear tus personajes. Todos son absolutamente redondos y uno puede identificarse con ellos: sentir el amor, sufrir los desengaños, vibrar de pasión, apagarse por el orgullo y la tristeza… ¿Cuál es tu método para describir personajes? ¿Te inspiras mucho en tu propia vida o en la de personas cercanas?

No tengo ni idea de cómo se forman mis personajes, ni tan siquiera soy consciente de tener un método para la creación de los mismos, pues soy poco metódica y me adentro en la escritura sin planos previos, a las bravas. Los dejo que surjan, que se expresen, que se me hagan transparentes por sus actos y pensamientos. Conforme adquieren vida propia, me encariño con ellos, los comprendo en su actuar, sufro con sus penas, me alegro con sus alegrías y, en ocasiones, hasta me parecen antipáticos. Conforme avanzo en el desarrollo de una novela, llegan a resultarme reales, tan reales como las personas de carne y hueso.
Los personajes de Aroma de vainilla se fundieron con mi persona a consecuencia de los largos años de gestación de esta novela.  Los recuerdo como se recuerdan los seres queridos que ya no están, esto es, los llevo en mi interior con todo cariño y, en muchas ocasiones, los añoro con fuerza.
En cuanto a la segunda pregunta, los personajes son imaginarios, no tienen nada que ver con personas que conozca o haya conocido. No me gusta escribir sobre mi vida o sobre la vida de las personas que me rodean. Prefiero la imaginación, perderme en sus infinitas posibilidades, lo que no excluye que en la recámara latan las propias vivencias, valores, recuerdos…, pero sin anclarse en lo personal, solo usado como base de conocimiento y experiencia. No puedo negar que, como cualquier escritor, me muestro en lo que escribo, en cómo lo escribo, en los temas elegidos, en lo que se destaca y en lo que se omite, en las palabras usadas, en los juicios que se deslizan de manera inconsciente. Un autor escribe desde sí mismo, se refleja sin querer, muestra sus valores y manías. Las palabras nos descubren, nos guste o no nos guste. Pero también puedo afirmar que, aunque a veces me sirva de inspiración alguna situación cercana, la escritura la transmuta en algo diferente y ajeno a mi propia existencia. Puedo partir de alguna vivencia o de algún recuerdo, pero si no entra en juego la imaginación, no me interesa seguir adelante. Quiero hacer literatura y no autobiografía. Y la literatura implica entrar en el mundo de lo probable, de lo no vivido. Las posibilidades de personajes, hechos y situaciones que la escritura me otorga —tan lejos normalmente de mi propia vida— es lo que me interesa. Al escribir, vivo lo que no he vivido, me recubro de pieles muy distintas a la mía y me ensancho al ponerme en el lugar de otros, los personajes, con el consiguiente enriquecimiento personal.

 

Además de muchas otras cosas, “Aroma de vainilla” es una novela muy bien escrita. Tu lenguaje está muy cuidado y lo que más llamó mi atención fue la exquisita riqueza de vocabulario que vas desplegando a lo largo de las páginas. ¿Qué consejo, para adquirir vocabulario, podrías dar a los escritores que puedan estar leyéndonos?

No soy muy consciente de si tengo o no riqueza de vocabulario. Uso las palabras que me vienen en un momento dado y compruebo que encajen en lo que quiero decir, para que lo digan de la manera más precisa posible.
Consejos me gusta dar pocos, porque cada cual ha de recorrer el camino, su camino. Pero sí diré que leer es esencial, absolutamente esencial. La lectura nos da nuevas palabras, o dicho de otra manera: nos regala nuevos conceptos, nos hace más ricos. También creo que es muy necesaria la curiosidad que nos lleva a conocer el significado de cada palabra, sus matices, su mayor o menor fuerza e, incluso, su historia. En esta labor, está claro que los diccionarios son muy útiles. Hay que acudir al diccionario al más mínimo titubeo, buscar sinónimos, lo que haga falta. Si escribimos, se supone que nos gusta el manejo del lenguaje, ya que es nuestro instrumento, y debemos utilizarlo con la mayor pericia.

 

Según he podido comentar contigo, a ti te preocupa muchísimo la pulcritud de la escritura, la corrección máxima, lograr una prosa impecable. ¿Qué les dirías a esos escritores que no están concienciados con esta necesidad?

Sí que me preocupa conseguir la pulcritud en la escritura. También la efectividad, la expresividad, la exactitud y la armonía. Como he respondido en la anterior pregunta, se supone que si escribimos nos gusta lidiar con el lenguaje, nuestra arma, nuestro instrumento. No concibo que alguien que a sí mismo se considera escritor no esté concienciado de lo importante que es el uso correcto de las herramientas que permiten ser calificado como tal. La voluntad de estilo la supongo de principio, por lo que no me convencen las personas que escriben de forma descuidada, resaltando únicamente la trama y olvidando el vehículo con el que nos la muestran. Son maneras de escribir más primarias, como hacemos todos en un lenguaje coloquial y cotidiano; pero, para escribir literatura, se requiere otra disposición de ánimo. Si no se atiende a la forma, puede resultar hasta frustrado el fondo. Fondo y forma se dan la mano y se amalgaman en íntima simbiosis.
Por tanto, si alguien quiere escribir de verdad, habrá de hacerlo sin descuidar la manera en que nos muestra su historia. No atender a esta premisa básica, puede conducir a que muchos no los consideremos escritores en el sentido más hermoso de la palabra.

 

En algún momento de la novela, las vidas de los personajes dan un giro y algunas desgracias se interponen en sus caminos. Sin embargo, a pesar de la dureza de algunos acontecimientos, siempre supe leer tras las líneas una actitud profundamente positiva que nos recuerda que la vida siempre sigue y que hay que afrontarla con la mejor de las caras. ¿Es Isabel Martínez una persona optimista?

Creo que sí, que la mayor parte del tiempo soy optimista. Al menos, aplico a diario una idea que leí siendo muy joven, del italiano Antonio Gramsci, y que viene a decir que frente al pesimismo de la inteligencia, ha de alzarse el optimismo de la voluntad.
La vida es dura y nos golpea a todos cuantas veces decide, pero hundirse no nos soluciona nada. Es más, una actitud positiva nos ayudará a salir de todos los abismos en los que nos metemos o nos meten. La persecución de la alegría o, al menos, de la serenidad de espíritu, es nuestra máxima responsabilidad. Vivimos una vez y hemos de procurar que sea lo mejor posible. Lo contrario resulta contraproducente y muy peligroso para nosotros mismos.

 

En muchas de tus páginas, yo experimenté las mismas sensaciones placenteras que me produce leer a García Márquez. Creo que tu prosa no tiene nada que envidiarle a la de este escritor al que tanto admiro. ¿Reconoces su influencia en tu escritura? ¿En qué escritores te inspiras o de cuáles has aprendido más para llegar a ser la escritora (para mí excelente) que eres en estos momentos?

Es un auténtico piropo para mí el enunciado de esta pregunta. También admiro a García Márquez. Su novela Cien años de soledad ha sido el libro que más veces he leído, cuatro, y no excluyo una quinta si me vuelven a entrar ganas. No sé si tengo influencia de este grandísimo escritor, pues lo considero absolutamente inimitable; pero, si la tuviera, es para mí un motivo de orgullo. Me encantaría parecerme a él, claro que sí, ser capaz de transmitir tantísimo como él lo hace, crear mundos maravillosos como los que él crea con una ternura que siempre me ha ganado.
En general, no me inspiro en ningún autor concreto para escribir, sino que atiendo a lo que me ronda con insistencia, con una pulsión cada vez mayor que solo concluye cuando lo escribo. Pero es bien cierto que me gusta muchísimo leer y que me he enamorado, literariamente hablando, de grandes escritores. Resulta casi imposible mencionarlos a todos, pero sí quiero nombrar a unos cuantos, como a Luis Landero, con el que siento una gran afinidad; a Gonzalo Torrente Ballester, del que siempre he aprendido; a mi maestro Miguel Espinosa, que tanto me enseñó en el poco tiempo que pude relacionarme con él; a Enrique Vila-Matas, que me divierte y culturiza con su acervo ingente de vidas de escritores; a Clarice Lispector, una pasión antigua y fiel; a Thomas Mann, que me deslumbra en la urdimbre de sus historias; a Dostoievski y sus mundos atormentados; a Iris Murdoch y su agudeza para retratar las complicadas relaciones humanas; a Paul Auster, con su innegables aptitudes para describir la sociedad contemporánea, tan egocéntrica y neurótica.
En esta relación, tan limitada para no resultar excesiva, no he mencionado a los clásicos por no extenderme, pero sí debo incluir a algunos poetas cuyos versos son para mí fuente permanente de placer, desde mi querido San Juan de la Cruz hasta Rainer María Rilke, Antonio Machado, Luis Cernuda, T.S. Eliot, César Vallejo o Emily Dickinson, entre otros muchos.
Siento que me quedo corta en los mencionados, pero aun cuando escribiera más, supongo que me dejaría a alguien en el tintero.

 

Por lo que conozco de tu trayectoria, has llegado a publicar con editorial y también has autoeditado, ¿cómo percibes la situación del sector editorial en estos momentos?

Atraviesa momentos muy delicados. El descenso en la compra de libros es alarmante. La crisis ha afectado al libro de manera muy especial, pues no es un artículo de primera necesidad, y en los malos momentos se prescinde de él, del alimento espiritual en suma, que debería ser tan necesario como el material. Las cifras vertidas en las últimas semanas ponen en evidencia la dura situación en la que se encuentra.
También las librerías pasan por momentos caóticos y son muchas las que se cierran por no poder mantenerse.
Por otra parte, se publica más que nunca, cuando la demanda es mucho menor, aunque la calidad de las publicaciones ha descendido de forma notoria. Nos encontramos una gran cantidad de volúmenes sin una sola idea original, sin una voz propia, con una gramática llena de falta de ortografía y un discurso narrativo colmado de fallos de sintaxis. Me da la impresión de que todo el mundo quiere ser escritor; lo terrible es que no todo el mundo está dotado para serlo. Si a ello se le une la falta de corrección profesional, pues se prescinde de los correctores por la mala situación económica, el panorama es francamente desolador.
Ojalá mejore esta situación desastrosa, pues a todos nos conviene contar con publicaciones dignas y absolutamente presentables. La cultura no es un negocio, sino una necesidad espiritual de la persona, y conviene alentarla y exigirle calidad. Los beneficios generales de la potenciación del sector del libro son indudables, sobre todo para quienes escribimos, porque a todos nos gusta ver en papel impreso nuestra obra, con independencia de que esté en formato digital. El cómo se consiga volver a tener una industria editorial potente y diversificada depende de criterios políticos que están más allá de los deseos de los simples mortales.
En cualquier caso, destacaría la labor más que loable de muchas pequeñas editoriales independientes que bregan sin ayudas ni reconocimiento en el mar bravío de un negocio que, en España, se reparten muy pocos.
También esta situación crítica la pagamos los autores, pues ya se publique en una plataforma digital, ya se haga con una editorial pequeña o, incluso, con una grande si no se ha alcanzado mucha fama, implica perderse en la frondosidad de un bosque donde resultamos invisibles, sin medios para la promoción y distribución adecuada de la obra. Hoy solo destacan los grandes nombres consagrados. Existe mucha oferta, sí, pero es indiscriminada. Los grandes sellos editoriales solo apuestan por el negocio y no corren el más mínimo riesgo.
Por el bien de todos, esperemos que el sector sepa superar la dura travesía de estos años.

 

Isabel, agradezco muchísimo que hayas accedido a esta entrevista. Hablar con compañeros como tú me enriquece muchísimo y me ayuda a afrontar con más optimismo y vitalidad los retos que día a día se nos presentan. Un abrazo afectuoso.

 

Si te ha gustado esta entrevista, agradecemos que nos eches una mano difundiendo en tus perfiles sociales. ¡Graciaas!

 

Para conocer más sobre Isabel y su obra puedes visitar su blog: http://elcobijodeunadesalmada.blogspot.com.es/

 

Entrevista realizada por Berta Carmona.

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